Bienvenid@s

Es la hora de l@s niet@s.
Este es un espacio libre para publicar todo cuanto hayamos podido recuperar de nuestr@s abuel@s y familiares, esos recuerdos que nos han negado durante tantos años.
Para dejar constancia de nuestros sentimientos, nuestros recuerdos, nuestras historias; para que nada quede en el olvido.

Quisieron acallarlos para siempre pero ahora pueden hablar por nuestra boca, por vuestra boca.
Anímate, cuenta todo lo que sepas, ellos lo merecen y lo esperan.

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martes, 29 de octubre de 2013

ARTURO TORRES BARRANCO. Memoria de una búsqueda.

  
"Cuando leí las palabras de Kafka 
(¿Qué llevo sobre los hombros? ¿Qué fantasmas me envuelven como una capa?)
entendí de qué se trataba, qué impulsos profundos me empujaban
a abordar unas cuestiones de las que nada sabía"

José Andrés Rojo
"Vicente Rojo. Retrato de un general republicano"
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Por María Torres
Nieta de un republicano español

Lo que puedo contaros es todo lo que sé desde el dolor, y eso nunca se inventa…

Arturo Torres Barranco
Me enteré que mi abuelo había estado en la cárcel cuando tenía siete años. Por aquella época yo no sabía nada de la Guerra, la represión, ni de la mano del infame que meció ambas por el camino del desamparo y la tragedia.

37 años después inicié una investigación, que aún está inconclusa. Una batalla contra la desmemoria con el objetivo de averiguar cuándo, cómo, quién y por qué. La Memoria no puede desaparecer con los testigos.

Mi abuelo, Arturo Torres Barranco, nació en 1895 en Torrubia del Campo, un pequeño pueblo de Cuenca. Era agricultor, propietario de unas cuantas tierras, una galera y una pareja de mulas. Trabajaba de sol a sol con la ayuda de un jornalero y tenía muchas inquietudes políticas.

Con la llegada de la República ocupó el cargo de Recaudador del Impuesto de Utilidades y Consumos de la primera corporación republicana de la localidad. El 30 de junio de 1936, pocos días antes del golpe militar, presentó el último estado de cuentas.

En las elecciones del 16 febrero de 1936 apoyó al Frente Popular y tras la victoria de éste, fundó en su pueblo el Partido de Izquierda Republicana. Carezco de información de este periodo de la vida de mi abuelo. (Cuando solicité datos de su militancia a Izquierda Republicana, después de mucho silencio solo obtuve la desafortunada respuesta de que para ellos era prioridad la política y no la Memoria, regalándome el calificativo de “ignorante”).

Y llegó la sublevación fascista que desencadenó en la Guerra en la que mi abuelo no participó. La provincia de Cuenca se posicionó fiel al gobierno legítimo de la República hasta el 29 de marzo de 1939, fecha en que los franquistas ocuparon la capital.

Por testimonios que he podido leer en su expediente judicial, mi abuelo pasó el periodo de la Guerra ayudando tanto a personas de derechas como de izquierdas, y haciendo cuanto pudo para favorecer, amparar y aliviar la situación en que se encontraban unos y otros.

Pero hay un hecho que marca el futuro de mi abuelo. El 7 de diciembre de 1937 fueron detenidas en el pueblo tres personas por la Brigada Roja. Parece ser que desde Madrid se pidió informes de estas personas a Izquierda Republicana y que mi abuelo firmó los mismos, como así lo ratifica en su declaración posterior al Auditor de Guerra.

En la mañana del viernes 1 de septiembre de 1939, casi a la misma hora que Alemania invadía Polonia dando comienzo a la Segunda Guerra Mundial, mi abuelo era detenido y trasladado a la cárcel del municipio en prisión preventiva. Ese día cumplía 44 años y como tantos otros defensores de la República pasaba a engrosar el catálogo franquista de destrucción humana.

El 6 de septiembre de 1939 se cursa denuncia  contra mi abuelo por parte de Eugenio Espada Fraile, Ceferino Martínez Moreno e Isidro Barranco Plaza. Este último tío de mi abuelo, que posteriormente se desdice se la misma. El 9 de febrero de 1940, Eugenio Espada Fraile, más conocido como “El Cojo Tramillones”, vuelve a ejecutar la denuncia esta vez en el marco de la Causa General. Este individuo era un delator ejemplar que llenó la Causa General de denuncias hacia sus vecinos. Posiblemente esto le valió para conseguir dos puestos del Ayuntamiento, el de cartero y el de guarda del término municipal.

Ese mismo día la Auditoria de Guerra solicita informe de conducta social y política. Se recibe una primera respuesta por parte del Comandante de la Guardia Civil de Fuente de Pedro Naharro, Cuenca, fechada el 14 de octubre de 1939 que dice: “Arturo Torres Barranco no participó en desmanes de la Horda Roja. Tan solo elaboró informes contra la ideología de varias personas como directivo de Izquierda Republicana”; Una segunda por parte del Comandante del Puesto de la Guardia Civil de Cuenca el 15 de enero de 1940: “Arturo Torres Barranco es fundador de Izquierda Republicana. Se ignora el cargo que ostentaba. No tomó parte en requisas, incautaciones, destrucciones de la Iglesia ni detenciones. En los primeros días del alzamiento fue visto en la localidad armado de escopeta. Ingresó con carácter forzoso en el Ejército Rojo” y una tercera de la Alcaldía de Torrubia del Campo el 22 de enero de 1940: “Arturo Torres Barranco pertenecía a Izquierda Republicana de la que fue fundador y socio desde las elecciones de febrero de 1936, votando la candidatura del Frente Popular. Como directivo del partido emitió y firmó informes contra los denunciantes”.

A las tres de la tarde del 10 de septiembre de 1939 ingresa en la Prisión Provincial de Cuenca, cuatro días después asiste a la práctica de diligencias al S.I.P.M. (Servicio de Inteligencia de la Policía Militar), el 15 de septiembre pasa a disposición del Auditor de Guerra de la plaza y después es trasladado a la Prisión habilitada del Seminario de Cuenca.

Con fecha 18 de septiembre de 1939 la Auditoria de Guerra procede a instruir un sumarísimo de urgencia (1654/39). Cuatro meses después comparece ante el Juez para la lectura de cargos y el 4 de mayo de 1940 se le comunica que se llevará a cabo la vista del Consejo de Guerra, así como el nombramiento de defensor en la persona de Antonio Ruiz-Pérez Pérez. El instructor de la Causa considera que “el hecho perseguido se encuentra sancionado en el Bando de Guerra y Código Castrense, y se ratifica  el procesamiento de Arturo Torres Barranco  que se encuentra detenido en la Prisión del Seminario”.

Ser republicano, tener ideología de izquierdas y haber fundado I.R. en una pequeña localidad conquense era más que suficiente para que a mi abuelo le imputaran un delito de Rebelión. Pero, ¿Quién se rebeló contra quien? A media España se la castigó con el encarcelamiento y/o la muerte por no adherirse a la sublevación fascista.

El Consejo de Guerra tuvo lugar a las tres de la tarde del día 6 de noviembre de 1940. En el expediente judicial custodiado en el Archivo Histórico de Defensa, consta que se celebró en la Audiencia Provincial de Cuenca. El rastreo de información del Ministerio del Interior indica que tuvo lugar en Madrid. La acusación del Fiscal: culpable de un delito de auxilio a la rebelión, siendo condenado a la pena de doce años y un día de reclusión. Transcurrieron doce meses sin notificación oficial de sentencia, por lo que con fecha 14 de noviembre de 1941 mi abuelo escribe al Auditor de Guerra de Aranjuez suplicando le sean concedidos los beneficios de la libertad condicional o la prisión atenuada. Para ello se hacía imprescindible la presentación de un aval ante la Comisión Provincial de Clasificación y Excarcelamiento. Contó con un inmejorable aval fechado el 12 de noviembre de 1941 firmado por el entonces Alcalde de Torrubia del Campo, Ramón Salmerón Herráiz, y los jefes de Falange en el que manifiestan que “no ven inconveniente en que el convecino Arturo Torres Barranco recluido actualmente en la Prisión Seminario de Cuenca, como presunto responsable de algunos sucesos ocurridos en la localidad durante la dominación marxista, le sean concedidos los beneficios de la libertad condicional o prisión atenuada, el que de ellos corresponda en su caso según las leyes vigentes, ya que reconocen que su culpabilidad no es grave ni lo conceptúan peligroso, siendo por tanto posible, la convivencia con el mismo en este municipio”.

Quien promovió ese aval, tras un exhausto trabajo y ayudó al abuelo cuando estaba en prisión, haciendo de soporte jurídico y empeñándose en conseguir sacarle de aquel infierno fue Ramón Salmerón y su mujer Asunción Sanz Pérez, hija de Baldomero Sanz el fundador de Solán de Cabras. Ambos de derechas y adeptos al Glorioso Movimiento Nacional, pusieron de manifiesto con éste este y otros actos, que existe una realidad que no tiene en cuenta las ideologías y esta realidad no es otra que el compromiso de vida y solidaridad con las personas.

Simultáneamente, el Auditor recibió una veintena de declaraciones indicando que mi abuelo era un hombre de intachable conducta. Entre las declaraciones se encontraba la de algún delator, perteneciente a la familia, concretamente el tío y primo de mi abuelo desdiciéndose de sus denuncias.

Le concedieron la prisión atenuada el 23 de noviembre de 1941. Había pasado encarcelado dos años, dos meses y trece días, abatido, sometido a la tortura psicológica y física. Más de dos años conviviendo con el miedo. Salió de la cárcel el 24 de noviembre de 1941 con una libertad precaria, pues a todos los efectos seguía siendo un preso de Franco. Su libertad estaba condicionada al comportamiento que tuviera fuera de la cárcel, por lo que tuvo que vivir con la constante amenaza del retorno. Los salvadores de la patria no le dejaron levantar la cabeza.

En la causa General instruida por la Fiscalía del Tribunal Supremo franquista, encontré que cuando ya llevaba un año encarcelado y con fecha 28 de octubre de 1940, se le imputa junto con otros, el siguiente delito: “Durante la guerra se incautó la horda marxista de las fortunas de los señores que a continuación se relacionan, saqueó sus casas y hasta intentaron o pensaron atentar contra la virtud de dos jóvenes hijas de un asesinado”.

“Intentaron o pensaron atentar”. No es que se tenga certeza del delito, tan solo se supone. Incluso se supone lo que pensaban.

El 22 de mayo de 1943 el Auditor de Guerra de Aranjuez manifiesta: “Examinada su causa y valorados los hechos, no se encuentran méritos suficientes para tener por justificada la perpetración de delito, por lo que se aconseja el sobreseimiento provisional”.

En octubre de 1944 el Juez considera a mi abuelo mero propagandista y el Auditor de Guerra acuerda dar curso a la libertad vigilada. Seguía siendo preso. Aún no he podido averiguar el día que consiguió la libertad definitiva.

El 27 de marzo de 1945 se decide finalmente el sobreseimiento de los cargos. Vivió desde entonces su exilio interior dentro de una sociedad herida, intoxicada de la estructura mental del dictador, para el cual el orden era su orden, el derecho su derecho y la vida no tenía valor.

Antes de que Auditor de Guerra aconsejara el sobreseimiento provisional de la causa, mi abuelo fue citado a un interrogatorio el 7 de abril de 1943. Se encontraba ya fuera de la cárcel en prisión atenuada. El Auditor le preguntó por la autoría de las firmas de una serie de documentos incautados en relación con su militancia en Izquierda Republicana. El abuelo ratificó que eran suyas. En algún momento el Auditor le pregunto si sentía arrepentimiento y comenzó a mofarse de la República. Mi abuelo dijo: “Soy más republicano que nadie”, y así lo recoge el sumario.

Gracias abuelo. Gracias por no doblegarte y por ser un hombre íntegro durante toda tu vida. Porque fuiste, soy y porque soy, será...


Mi abuelo murió el 19 de mayo de 1975, cuando le quedaban unos meses para cumplir ochenta años y antes de que el “caudilloporlagraciadedios” abandonara la vida que nunca debió acogerle. Murió sin ver cumplido uno de sus deseos y que no era otro que celebrar su ochenta aniversario rodeado de toda la familia. Se llevó con él todo el dolor y su historia, que aunque a nadie más que a él pertenecía, también era parte de la mía. Si yo hubiese sabido antes lo que se hoy, en su féretro no hubiera faltado la bandera republicana.

Partí de cero y he conseguido recuperar una parte importante de la Memoria de mi abuelo.  Contar con la certeza de que como tantos otros fue humillado y torturado en las cárceles franquistas, que convivió con el hambre y el terror de una represión institucionalizada, que cuando pudo salir de aquel infierno, era un ser derrotado, agarrado a un bastón, un vencido que guardó silencio durante toda su vida, no es suficiente.  He intentado iluminar su Memoria por mi padre y sobre todo por mi hija, para que no olvide nunca y jamás tenga que luchar contra una palabra: IMPUNIDAD.


María Torres
http://memoriadebusqueda.blogspot.com.es/ 


Ver también vídeo: María Torres en las jornadas del Maquis en Santa Cruz de Moya el 5-10-2013

http://youtu.be/Es1qpEmrhIc

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lunes, 2 de septiembre de 2013

Mi abuelo Antonio


Lunes, 2 de Septiembre de 2013

Hoy hace 77 años te quitaron la vida unas personas sin conciencia, sin respeto a la vida, sin amor al prójimo, sin conocimiento de los santos mandamientos, Asesinos.

A primera hora saliste de casa, todo estaba organizado aunque tú nada sabías, la Guardia Civil te estaba esperando, fuiste con ellos al ayuntamiento. En el corto trayecto que hay, fuiste visto por varias personas, guapo, erguido, noble y bien nacido. Pantalón azul marino y camisa blanca con las mangas remangadas hasta el codo.

Después, fuiste trasladado a un pueblo cercano, a 3 kilómetros de distancia, a la tapia del cementerio, tu paredón. Cargaron, dispararon, la bala entro por la sien izquierda y salió por la nuca. Del ayuntamiento habías salido mal herido, tenías muchos golpes, varias costillas rotas que te habían dañado los pulmones. Te enterraron en la fosa donde cada día inhumaban a gente como tú, con ideales, que no habían cometido delito alguno. A las 11 horas de la mañana del día 2 de septiembre de 1936, firmaron dos testigos y el secretario tu defunción, en ella pone que no constan las causas de tu muerte.

No perdieron el tiempo. No transcurrieron ni dos horas de la vida a la muerte, de ser una familia feliz al dolor eterno para ti, para tu mujer y tus hijos.

Tú no lo sabías, pero el alcalde había escrito al gobernador civil para que te destituyera como cartero por ser de Izquierda Republicana. Llegó la respuesta, decía que estaba de acuerdo con los argumentos para tu destitución, esta debía hacerse efectiva el día 2 de septiembre, firmó el nuevo cartero. Tú no firmaste el cese, no lo sabías. Esta carta fue tu sentencia de muerte.

Después de quitarte la vida, poco les parecía y en 1939 comenzaron a juzgarte en el Tribunal de Responsabilidades Políticas, también actuó el Tribunal de Incautaciones. La abuela tuvo un comportamiento atípico, no se calló, luchó, se enfrentó en los tribunales y pido que le devolviesen la mitad de lo incautado, ya que ese 50% le pertenecía al tratarse de bienes gananciales. Lo consiguió, aunque por el camino tuvo que pagar varias multas. El proceso terminó 6 años después, resuelve diciendo, que aunque es público y notorio tu pertenencia a Izquierda Republicana no se ha podido demostrar. Te juzgaron cuando ya estabas muerto; la sentencia, inocente dentro de una fosa común.

Te he buscado, te he hallado junto con 80 compañeros más. Cuando te exhumamos, pensaba en el detalle de las mangas remangadas, un esqueleto con un botón a la altura del codo, así fue. El ADN confirmó tu identidad.

Tus restos descansan bajo un panteón en el que está grabado el nombre de Antonio Alcega Lázaro, tus huesos metidos en una caja, cubierta por la bandera republicana y, sobre esta, una rosa blanca.

En tu recuerdo abuelo, en el de la abuela, ella no fue asesinada pero tampoco vivió. Gracias abuelo, me siento muy orgullosa de ser tu nieta, gracias por haber tenido un hijo tan maravilloso, mi padre, que me enseñó a quererte, a respetar a otros y a no olvidar.

Olga Alcega

http://www.noticiasdenavarra.com/2013/09/02/opinion/cartas-al-director/mi-abuelo-antonio

domingo, 19 de mayo de 2013

Mi bisabuelo Andrés

Por Sol Gómez Arteaga  
(En el Fuerte San Cristóbal el 19 de Mayo de 2013)

Traigo a este lugar  de memoria la memoria de mi bisabuelo, Andrés Callejo Carriedo, natural de Valderas (León), de 59 años de edad, casado, de profesión jornalero. Condenado a pena de muerte le fue conmutada ésta por la de prisión perpetúa. Estuvo confinado durante siete años en las cárceles de San Marcos (León), Fuerte de San Cristóbal e isla de San Simón (Pontevedra). Fue uno de los 795 presos que el 22 de mayo de 1938 se fugó del Fuerte. A través de la memoria de mi padre he intentado meterme en su piel y narrar el momento de su captura.

Era mediodía cuando me encontraron. El tibio sol de mayo me templaba el rostro, pero yo estaba tiritando y de rodillas. El más joven de los cuatro falangistas iba delante exhibiendo una bandera con el yugo y las fechas. Llevaban a cinco compañeros con las manos atadas, los rostros demacrados y abatidos. “Vamos, viejo, levántate. El viaje ha terminado”. Intenté incorporarme, lo intenté con todas mis fuerzas, pero mis piernas, entumecidas y torpes, parecían dos troncos de encina anclados al terreno. Esa noche había sido la más intensa de mi vida. 

Desde que oímos en el comedor el grito de “Las puertas del Penal están abiertas”, un torbellino de acontecimientos se sucedieron: al desconcierto inicial siguieron las voces cada vez más altas, los vivas a la República, los pasos apresurados, las carreras… Antes de salir me acerqué al túnel donde dormía y rasgando la almohada, metí dentro mis pertenencias: una muda limpia, la foto de tu abuela Ulpiana y el saquito donde guardaba las monedas. Até un nudo y salí con los demás, adentrándome en el monte, corriendo, al principio, como un animal ávido de luna, ebrio de libertad. 

Cuando oí los primeros disparos cruce atemorizado un río, y sin querer, solté la almohada que de pronto fue arrastrada por la corriente. Seguí caminando sin rumbo, con la impresión, a veces, de no avanzar hacia ninguna parte, pero el instinto me decía que tenía que seguir adelante, que no podía caer en el desaliento, que si me paraba, sería mi perdición. No sé las horas que anduve monte a través. A medida que empezaba a clarear, el cansancio y la debilidad y el hambre iban imponiéndose, y por más que mi cabeza ordenaba avanzar al cuerpo éste, díscolo, no me respondía. Un hombre de sesenta años es casi un viejo y yo tenía, hijo, las piernas tomadas por la humedad y por el frío. 

Casi de madrugada, caí desfallecido. Creo que dormí a intervalos. Fue en uno de esos momentos, ya bastante avanzada la mañana, cuando les vi aparecer, como en medio de un espejismo.
No me pasó desapercibido el gesto con la cabeza que el falangista más veterano le hizo a su subalterno. Ni como éste sacó la pistola del correaje y se puso a mi lado. Era el final, sabía que era el final. Por eso dije “Decirle a mi mujer que tenga ánimo para cuidar a todos, sobre todo a nuestros nietos. Se llama Ulpiana Ortega, de Valderas”. Supongo que sabía que no iban a cumplirlo, pero lo único que me quedaba era la palabra, y no quería renunciar a ella. 
Uno de los falangistas, que hasta ahora no había intervenido, preguntó: “¿Valderas has dicho?”. “Sí”. “Yo trabajé de aprendiz en la ebanistería de Roque”. Nos miramos fijamente. Creí reconocer en su rostro curtido al joven gallego, como le apodábamos, que durante una temporada estuvo en el pueblo aprendiendo el oficio de carpintero. Se acercó al dirigente y le susurró algo al oído. “Soltad las muñecas a esos dos y que le lleven a hombros”. Fue así como salvé la vida,  por segunda vez.

Sentado en el poyo de la puerta mi abuelo se quedó mucho rato abstraído, como si estuviera muy lejos, en el Fuerte, y volviera a verle el rostro al horror. Era tan serio su semblante que me pareció mucho más viejo. “Otros” añadió después de mucho rato, “no tuvieron tanta suerte. Tu padre, entre ellos. Que no se olvide”.   
Luego sacó una pelota de trapo del bolsillo, de esas que hacía con sus propias manos, y recuperando su gesto risueño, la lanzó cuesta abajo:

-Y ahora, ándate a jugar, demonios de muchacho.