Carmen Cacho Díez en su intervención en el Fuerte San Cristóbal |
Mi abuelo se llamaba Marcelino Díez, yo no le conocí, y hasta hace poco lo único que sabía de él era que durante la guerra había estado en la cárcel de Astorga porque sus hermanos eran rojos, pero que él era un buen hombre que no se metía en política. Cuando salió estaba muy enfermo, estuvo un año desterrado, volvió a su pueblo y al poco tiempo murió. En casa nadie contaba nada más y yo no me atrevía a preguntar.
Durante los dos últimos años he estado buscando información sobre mi abuelo, pero como no tenía ningun dato no conseguia encontrar nada, hasta que por fin me puse en contacto con Encina de AERLE, y apareció su nombre y conseguí su expediente penal.
Según este expediente mi abuelo tenía el pelo negro, la piel morena, los ojos azules, la nariz recta, la cara oval, la boca regular y media 1.64. Sabían más de él sus carceleros que yo. En 1937 con 35 años, labrador, casado y con tres hijos de 5, 4 y 2 años, es detenido y condenado por espionaje a 30 años de reclusión perpetua, le denunció un vecino y su delito fue leer periódicos republicanos y tener ideas avanzadas. Cuando lo leí lo único que sentía eran ganas de llorar... a partir de ahí mi abuelo se convirtió en el preso 2068 del fuerte San Cristobal y allí empezó su infierno, el mismo que vivieron todos nuestros abuelos en aquel maldito lugar.
Durante la fuga de 1938 mi abuelo estaba en el fuerte pero no se si intentó fugarse, aunque eso es lo de menos, aún siento escalofríos de pensar todo lo que tuvieron que pasar allí, de todos los que murieron de enfermedades, de hambre, asesinados...
De ese sitio toda la información que tengo es por Hedy a la que nunca me cansaré de darle las gracias.
No me puedo olvidar de mi abuela, tuvo su propia condena, os lo podéis imaginar, sola, esposa de un preso rojo, con tres niños pequeños y viviendo en un pequeño pueblo de Palencia. Ella vivió conmigo, y ahora entiendo el porqué de su semblante tan serio, de su mirada tan dura y de la tristeza que expresaba cuando se creia que nadie la veía. Ella todas las tardes se arreglaba el pelo, entraba en su habitación y le contaba al espejo lo que habia pasado durante el dia, yo no sabia porqué hacía eso , ahora estoy convencida de que a quien se lo contaba era al abuelo.
A nuestros abuelos les robaron el derecho de criar a sus hijos y de conocer a sus nietos, pero a nosotros no pueden quitarnos nuestro deseo de recordarles, homenajearles y darles las gracias por luchar por la libertad .
Gracias abuelo
Tu nieta CARMEN
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